Fui un regalo de felicitación. Desperté cuando mi nuevo dueño abrió mi estuche y me presumió ante todos los presentes. “Muchas gracias, Doctor Salinas”, respondió con una gran sonrisa al que me obsequió. Me imaginé con un destino brillante. Las plumas fuente somos obsequios para novelistas, abogados o personas muy propensas a escribir. Prometí ser de toda la utilidad posible.
Pero mi dueño casi nunca escribe. Me mantiene de cabeza sobre la hoja en blanco, desprotegida y a la expectativa. Choco con el papel mientras piensa. Con cada golpe dejo un pequeño punto negro de tinta china. Es una lástima, pues las hojas son membretadas. La mano que me sostiene es indecisa, la otra se soba la barbilla en actitud meditabunda, observando por la ventana con mirada ausente. A la semana comprendí que tuve una suerte mediocre.
Soy sólo una simple pluma fuente. Quiero funcionar, quiero servir, quiero que escriban conmigo. No pido mucho. Los bolígrafos terminan en un bote de basura cuando se vacían. Yo aspiro a algo más: Perdurar, que lo que escriba se siga leyendo durante siglos. Que sirva a otros. Me gustaría firmar algún documento importante.
Por eso me emocioné el primer día que sentí que mi dueño, un hombre de aspecto elegante, me utilizaría por primera vez. Sacó un pequeño frasco con tinta negra de un cajón de su escritorio. No revisé bien en la etiqueta, pero era tinta barata. Me decepcioné, pero conjeturé que al principio solo querría probarme. Decidí dar lo mejor de mí para que sintiera que valgo la pena. Seguramente compraría tinta cara después. Me desarmó para rellenarme. ¡Qué emoción! Abrió el frasco de tinta. Se quedó inmóvil unos minutos y luego levantó mis piezas de nuevo. Me observaba desde todos los ángulos. Intentó armarme de nuevo y fracasó en el intento. ¿Qué sucedía? Quedé en pedazos en su escritorio. Se asomó a la entrada y al parecer habló con su secretaria. Ella entró y me examinó. Ambos platicaban con rostros de duda. La triste realidad fue clara para mi: Ninguno de los dos sabía cómo utilizarme. ¿Por qué no me regalaron a un músico para que escriba la partitura de su nuevo concierto de piano? ¿Por qué no fui propiedad de algún novelista famoso? Aunque sea de algún caricaturista político.
—Disculpe, señor presidente —dijo ella—, mañana mismo le investigo cómo se utiliza.
¿Por qué me tocó ser la pluma de Enrique Peña Nieto?
* * *
Ahora estoy boca abajo, esperando todavía a que mi dueño me utilice por primera vez. Llevo meses esperando, pero el tipo simple y sencillamente no escribe nada. Escuché que debía elaborar un discurso y emocioné mi ya decaído ánimo. Ahora estoy aquí, rogando que alguna idea salga de su cabeza para plasmarla en papel. Mientras, su mirada poco inteligente se va hacia la ventana. La decepción es mi pan de cada día. Su secretaria aprendió cómo rellenarme de tinta. Ahora esa tarea es de ella. Me pone en el bolsillo de su camisa y yo me aferro con mi único brazo. En cada reunión, me presume: El decorado, el exterior y lo bien que escribe conmigo. ¡Bah! Si los demás supieran que no escribe nada. Ni siquiera en computadora.
Después de una hora de estar frente a la hoja en blanco, parece que por fin se da por vencido como siempre. Me pone la tapa y me coloca otra vez en el bolsillo: Otro día sin ser estrenada. Le dice a la secretaria que elabore el discurso por él. Le da cinco puntos que deben estar incluidos. Con esto se va a hacer lo mismo de todos los días: Nada que requiera esfuerzo.
* * *
Estuve presente, por supuesto, en el discurso. Era un día frío. Se trataba de un compromiso público que el presidente firmaría para realizar varias investigaciones. Primero, sobre la desaparición de 43 estudiantes normalistas. Segundo, sobre la procedencia de una mansión de su esposa, quien se encontraba de compras en Palm Springs. Tercero, sobre corrupción en el caso de construcción de un ferrocarril. Cuarto, sobre el derribamiento de un helicóptero del ejército con una bazooka. Quinto, la erradicación de la corrupción. El presidente mencionó que no debíamos detenernos tanto tiempo en estos temas, y que tales discusiones podrían empañar el progreso del país. Que debíamos ver hacia adelante, hasta un futuro glorioso.
Aparecieron algunas rechiflas, pero en general hubo muchos aplausos. Alguien gritó: “¡Peña asesino!” y lo escoltaron fuera los elementos de seguridad. Me sorprendió que mi dueño pudo leer el discurso de principio a fin. Sobre todo, porque tenía algunas palabras difíciles para él como “dicotomía” o “transversalmente”. Pero salió bien librado de esa batalla.
Lo siguiente de la ceremonia era la firma el compromiso. En una mesa larga se encontraba el papel que firmarían. Los camarógrafos apuntaban hacia el lugar, listos para capturar el momento histórico. El presidente se acercó, se llevó la mano a su bolsillo. ¿Sería posible? ¿Me estrenaría? No podía creerlo. Intenté calmar mis nervios. Seguramente es una falsa alarma: Se acomodará la corbata o algo así. ¡Pero no! Me tomó a mí, fui elegida para firmar el documento. ¡Mi primer uso real! Casi brincaba del gusto.
Pero un pensamiento llegó a mi cabeza. No podía quedarme tan tranquila, no podía olvidar todo lo que pasó, todo lo que me ignoró, todo lo que me hizo esperar y desesperar. Las decepciones, el maltrato… Me sentía inútil. No me conformaría con migajas, ¡eso no se quedaría así!
Quizá ya escucharon en las noticias qué sucedió después. Los encabezados de los periódicos: “El presidente Peña Nieto no sabe utilizar una pluma fuente”. Si, decidí vaciar mares de tinta en el documento. Los fotógrafos no se daban abasto tomando fotografías de cada expresión facial del presidente, obteniendo algunas tomas francamente graciosas. Según escuché, en Internet la gente se dio vuelo. La verdad es que me lucí, hasta la mano le manché. Mojé el mantel, parte de su pantalón… Mi dueño no sabía ni en qué limpiarse.
Sufrí las consecuencias de ofender al presidente. Al llegar a su casa, se cambió de traje y se limpió las manos meticulosamente. Se sentó en su sillón. Contempló las llamas de la pequeña fogata en su chimenea. Luego me observó a mí. Las plumas fuentes existimos para escribir, no como adorno. El presidente me arrojó a la fogata. Desde dentro de la chimenea, observé su rostro frío e impersonal mientras me consumía en el fuego.